Por Stephen Miller

Extraído del libro El arte de equivocarse.

 

Mis padres solían decirme: «Un poco de trabajo duro nunca mató a nadie». No sé si eso es verdad. Estoy seguro de que es probable que haya algunas personas que han muerto por trabajar duro, pero el punto es, no creas que puedes llegar a la cima del Everest sin pasar trabajo. Va a estar bien si haces lo correcto. Y sinceramente, es bastante posible que tengas que trabajar en un montón de trabajos que odias antes de llegar al que amas.

 

«Es bastante posible que tengas que trabajar en un montón de trabajos que odias antes de llegar al que amas»

 

Siempre he luchado con mi peso. Empecé a obsesionarme con eso en la escuela secundaria. Luché con mi peso hasta que llegué a más de trescientas libras en la escuela secundaria superior y, teniendo en cuenta mi estatura de cinco pies y tres pulgadas y el hecho de que en realidad no llegué a mi etapa de crecimiento hasta mi último año, esto era problemático.

 

Entonces en el 2001, descubrí la dieta Atkins. Bajé cien libras ese año. Con mucho trabajo y disciplina. De dos a tres horas al día en el gimnasio y sin comer ni un carbohidrato durante un año. Sin embargo, comer toda esa grasa día tras día durante años en realidad no repara tu metabolismo. Hay una cantidad limitada de tocino y queso que las arterias de una persona pueden acumular antes de que empiezan a gritar vehementemente: ¡Oye, amigo! ¡No exageres! Es, en esencia, una forma de atajo para salir rápido que no te ayuda a la larga.

 

Así que después de algunos años de estrés, preocupación, paternidad, cambios de trabajo y envejecimiento, empecé a subir de peso otra vez. El momento en que me subí a la pesa y vi el número, me volví agresivo. De ninguna manera regresaría a mi antiguo yo.

 

Esa semana leí un artículo que, en esencia, decía: «El aceite de coco es maravilloso para perder peso». Interpreté eso como si fuera una especie de varita mágica. Entonces, aunque decía que solo se debía usar un poquito, me olvidé de la cautela y empecé a tomarlo en cantidad. Ya vas entendiendo. Estaba seguro de que perdería quince libras esa semana si tan solo lograba consumir suficiente aceite de coco. 

 

No quiero ser gráfico, pero me destruyó. Sin lugar a dudas, perdí peso, pero no era la clase de peso que quería y, enseguida que comía algo, el peso regresaba. Como si intentar esto una vez no hubiera sido suficiente, lo hice algunas veces, siempre con los mismos resultados. Mi esposa y mis hijos de hecho empezaron a burlarse de mí por la cantidad de tiempo que pasaba en el baño. No hay atajos.

 

«No hay atajos»

 

El costo era mucho mayor que el beneficio en el «enfoque» del aceite de coco para perder peso, así que se me encendió el bombillo y le pedí a un entrenador que me ayudara. Contraté a un entrenador y a un nutricionista que ha pasado más de un año dándome las herramientas adecuadas para hacer el trabajo para reparar mi metabolismo y tener una perspectiva más saludable sobre la vida, la comida, el ejercicio y más.

 

Ahora estoy vigilando mis niveles de estrés, cuánto duermo y otros innumerables factores que forman parte de la salud holística. Es más trabajo que el que jamás puse en mi salud y ha tomado más tiempo del que deseaba, pero semana tras semana, me estoy volviendo más saludable en mis treinta y más años de lo que jamás fui en mi vida entera.

 

Gracias a que he dejado atrás las soluciones rápidas y estoy trabajando más inteligentemente y más duro que nunca antes, me estoy preparando para el resto de mi vida.

 

Una cosa que me dijo mi entrenador fue: «Esto no va a ser rápido. Va a tomar mucho tiempo. Pero todo va a estar bien. Solo confía en mí. Confía en el programa». ¿Escuchaste eso? Todo va a estar bien. Esas eran las palabras que mi corazón necesitaba escuchar. A pesar de que iba a ser difícil, todo iba a estar bien. 

 

También me dijo que a veces me voy a equivocar y me bajaré del tren. A veces voy a comer algo que no debo o saldré de vacaciones y comeré chatarra por algunos días. A veces no iré a hacer ejercicios y me faltará la motivación para hacerlos como debo. Pero la clave está en no dejar que ese día se convierta en una semana y luego en un mes y luego en un año de equivocaciones. Cuando te equivocas, está bien. Levántate y sigue adelante.

 

«Cuando te equivocas, está bien. Levántate y sigue adelante»

 

En esencia, me estaba dando los tres principios de la caída épica de una manera que solo lo puede hacer un entrenador y un nutricionista.

 

Tu fracaso no es el final. Solo porque metiste la pata y te comiste un helado o una pizza o unas gloriosas papas fritas con queso no significa que todo se acabó. No permitas que eso te saque de tu camino. Eso no es lo que eres, y no es en lo que te estás convirtiendo. Así que sigue adelante.

 

No hay atajos. No en la vida laboral. No en la vida familiar. No en el crecimiento espiritual o en nuestros pasatiempos favoritos. No en el deporte o en la música o en el arte o en la ciencia. Hasta donde sé, los atajos no existen.

 

Tal vez vas a necesitar un guía o una táctica, o quizás todo un grupo de animadores al estilo de porristas, para ayudarte a llegar a la meta final. Puede que necesites parar para tomar un descanso o un vaso de agua fría a lo largo del camino. Lo más probable es que vas a necesitar un empujoncito, o 3.472.

 

Vas a tropezarte con atajos toda tu vida. Y te sentirás tentado a tomarlos.

 

Mi papá solía tomar atajos prácticamente todas las veces que íbamos a algún lugar. Eso era antes de que los teléfonos te dijeran a donde debes ir, e incluso antes de que pudieras imprimir direcciones de MapQuest. ¡Qué rayos, eso era incluso antes de tener internet en nuestra casa! Mis padres tenían mapas de papel y atlas de carreteras que los ayudaban a navegar a dondequiera que fuéramos. Pero mi papá casi nunca los usaba.

 

Escuchaba que mi mamá le preguntaba desde el asiento delantero:

—¿A dónde vamos?

Él respondía:

—Estamos tomando el atajo.

 

Sin fallar, sus atajos resultaban ser la escénica ruta que demoraba aproximadamente tres veces más. Puede que esto haya sido su idea todo el tiempo. Le daba tiempo para terminar algunos cigarros más. Y con las ventanillas bajas y el viento en nuestro cabello, nos daba más tiempo a todos para cantar junto con Crosby, Stills & Nash mientras contemplábamos el campo de Oklahoma. Pero en algunas ocasiones sus atajos nos llevaron a un callejón sin salida. Teníamos que dar la vuelta y regresar por la ruta por donde habíamos venido. De alguna manera el atajo, con más frecuencia de lo que imaginamos, termina siendo el largo camino a un callejón sin salida. 

 

«De alguna manera el atajo, con más frecuencia de lo que imaginamos, termina siendo el largo camino a un callejón sin salida.»

 

Y está bien. Al menos tienes el paisaje y el tiempo extra con tu música y con el viento en tu cabello. Y tienes algunas historias divertidas para contar más tarde. No es el final del camino si te descuidas y por error tomas el atajo, ya sea intencionalmente, caprichosamente, ignorantemente, orgullosamente, o porque te desorientaste. Todos nos desorientamos a veces. Te fastidia cuando eso pasa, pero la vida continúa. Eso es parte del arte de equivocarse. Sobrevivirás tus atajos y vivirás para ver otro día, con suerte un poco más sabio y un poco más humilde de lo que eras antes. Y eso nunca es algo malo.

 

Tomado del libro El arte de equivocarse publicado por Editorial Unilit.