Si es cierto que me miras con buenos ojos, permíteme conocer tus caminos, para que pueda comprenderte más a fondo y siga gozando de tu favor.
Éxodo 33:13
Acércate a los santos hombres y mujeres del pasado, y pronto sentirás el calor de su deseo de Dios. Gemían por Él, oraban y luchaban y lo buscaban, día y noche, a tiempo y fuera de tiempo, y cuando lo encontraban, el hallazgo era aún más dulce por la larga búsqueda.
Moisés aprovechó el hecho de que conocía a Dios como razón para conocerlo mejor. «Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos» (Éxodo 33:13); y desde allí se levantó para hacer la osada petición: «Te ruego que me muestres tu gloria» (33:18). A decir verdad, Dios estaba complacido con esta muestra de ardor, y al día siguiente llamó a Moisés al monte, y allí, en solemne procesión, hizo pasar toda su gloria ante él.
La vida de David fue un torrente de deseo espiritual, y sus salmos resuenan con el clamor del buscador y el grito de gozo del que encuentra.
Pablo confesó que el motivo principal de su vida era su ardiente deseo de Cristo. «A fin de conocerle» (Filipenses 3:10), era la meta de su corazón, y por ello lo sacrificó todo.
¿No es cierto que para la mayoría de los que nos llamamos cristianos no exista una experiencia real? Hemos sustituido las ideas teológicas por un encuentro fascinante; estamos llenos de conceptos religiosos, pero nuestra gran debilidad es que para nuestro corazón no hay nadie allí.
Sea lo que sea que abarque, la verdadera experiencia cristiana debe incluir siempre un encuentro genuino con Dios. Sin esto, la religión no es más que una sombra, un reflejo de la realidad, una copia barata de un original que alguna vez disfrutó otra persona de la que hemos oído hablar. No puede ser sino una gran tragedia en la vida de cualquier hombre vivir en una iglesia desde la infancia hasta la vejez y no conocer nada más real que un dios sintético compuesto de teología y lógica, pero sin ojos para ver, sin oídos para oír y sin corazón para amar.
Nosotros, que experimentamos a Dios en este día, podemos regocijarnos de tener en Él todo lo que Moisés, David o Pablo pudieron tener; en realidad, los mismos ángeles ante el trono no pueden tener más que nosotros, ya que no pueden tener más que a Dios y no pueden desear nada aparte de Él. Y todo lo que es Él, y todo lo que ha hecho, es por nosotros y por todos los que comparten la salvación común.
Señor, dame a conocer tu gloria y permíteme aprender de Moisés, David, Pablo y otros ese profundo anhelo que resulta en un conocimiento íntimo de ti. Permite que hoy pueda experimentar tu presencia de una manera tan real que sienta deseos de quitarme los zapatos, pues sabré que estoy en tierra santa. Amén.
A.W. Tozer
Tomado de su libro «Encuentros con el Dios todopoderoso», un devocional con meditaciones diarias sobre las Escrituras.